Cada contexto, un Vietnam: Por qué importa un Yankees-Diablos en abril

Cada mesa, un Vietnam” fue una frase acuñada hace muchos años por el periodista Rafael Pradas y recuperada por Jot Down en un libro antológico editado y prologado por Enric González.

Por CARLOS RENDON

Cada contexto, un Vietnam: Por qué importa un Yankees-Diablos en abril LIGA MEXICANA DE VERANO

Reparo en ello tras haber presenciado los dos juegos de la serie entre los Yankees de Nueva York y los Diablos Rojos del México en el estadio Alfredo Harp Helú, un moderno parque de pelota erigido en el oriente de la Ciudad de México para ser la casa del equipo más ganador de la pelota de verano en nuestro país. Mucha gente hablaba, con cierto desencanto, del hecho de que el roster presentado por Aaron Boone, piloto de los Yankees, estaba formado predominantemente por jugadores de clase AAA. Y aquí es donde creo que como periodistas no sólo estamos obligados a transmitir la información, sino a curarla y editorializarla con datos, relatos y, sobre todo, contexto.

Si alguien repasa a conciencia los lineups de domingo y lunes, se va a encontrar con que, en efecto, el grueso de la nómina no tiene experiencia vital de Grandes Ligas, pero también con la presencia de nombres como Anthony Volpe, el primer novato en la historia de los Yankees en ser condecorado con el Guante de Oro; Giancarlo Stanton, un cinco veces All-Star, dos veces ganador del Bate de Plata y un toletero que ha superado el umbral de los 400 cuadrangulares en su carrera como ligamayorista; Oswaldo Cabrera, un utility y bateador ambidiestro que tiene buenas posibilidades para iniciar como antesalista el día uno; Jose Treviño, un jugador con ascendencia mexicana que hace no mucho se distinguió como uno de los mejores receptores defensivos de toda la gran carpa; o Jonathan Loáisiga, un relevista derecho que, después de un turbulento 2023 afectado por lesiones, podría emerger como el candidato ideal para paliar la salida de Michael King —parte de los jugadores involucrados en el trade de Juan Soto—. De hecho, tuve la oportunidad de preguntarle al nicaragüense tras el primero de la serie sobre lo que supone ganarse la vida en un Spring Training con los Yankees. “A veces la gente se olvida de la cantidad de lanzadores y retos que hay que superar para estar aquí, vestido con este uniforme”, me dijo. Superar un corte en una organización de élite no sólo te convierte en un jugador de Grandes Ligas, sino en un superviviente.

El propio Boone reafirmó antes del primer duelo el hecho de que al menos cuatro jugadores del roster que viajó a México estarán en el lineup del debut en temporada regular. Es cierto que no fuimos lo suficientemente privilegiados como para ver a Aaron Judge y Anthony Rizzo (lesión), al mexicano Alex Verdugo (embarazo de su novia) y a Juan Soto (decisión de la organización), la más reciente adquisición del equipo y cuyo ídolo de la infancia Robinson Canó le extendió personalmente una invitación para venir al juego, pero, parafraseando al manager de los Yankees, tuvimos a un digna representación del uniforme a rayas.

Del otro lado, también había muchos alicientes. De entrada, en opinión de quien escribe, los Diablos Rojos presumen este año el roster más potente y profundo de su historia reciente. El menú del día uno incluyó a Trevor Bauer como abridor. De no haber sido por los problemas legales que lo defenestraron de Grandes Ligas, Bauer, el Cy Young de la Liga Nacional en 2020, seguiría siendo un lanzador dos en una rotación de élite y el estelar en repartos con menos solera. Durante su apertura del domingo, no fue difícil advertir que su recta cortada y slider siguen siendo demoledores. De cualquier manera, el show del domingo se lo robó el dominicano Robinson Canó, otrora camarero de los últimos Yankees pop. Pienso en aquel cuadro compuesto por superhéroes: Mark Texeira en la primera base, Canó en la intermedia, Derek Jeter en las paradas cortas y Alex Rodríguez en la tercera base. Pese a sus estruendosos fracasos en postemporada —con excepción del 2009, el año del título 27—, no se puede decir que aquella no fuera un pasarela de estrellas de otro tiempo. Canó, además, se distinguió como el bateador más completo y puede que como el que tenía el swing más elegante, que ya es decir. Una de las cosas que más me generaba curiosidad sobre la cita entre Yankees y Diablos era precisamente esa: constatar que el swing de Canó sigue desprendiendo esa aura stendhaliana reservada para las cosas de belleza intemporal.

Canó tiene 41 años, pero no hay razones para pensar que un toletero de su talento y sensibilidad no ponga números importantes en un parque que privilegia a los bateadores. Cuando se lo pregunté en la conferencia de prensa, tras el cuadrangular que conectó por todo el jardín derecho jalando la pelota en el primer juego, el dominicano dibujó la típica sonrisa que sólo se permiten los enamorados. “Este es un parque de Grandes Ligas”, enfatizó. Yo, por supuesto, sólo podía pensar en que el Alfredo Harp Helú puede llegar a tener el mismo poder de seducción de Coors Field, el mítico recinto de la calle Blake en Denver, Colorado, donde se granjearon una reputación como limpiabases gente del calibre de Vinicio Castilla, Andrés Galarraga y Larry Walker.

Tampoco, hablando de contexto, podemos obviar la condición del parque como el nuevo epicentro del beisbol en la capital. Por razones evidentes, tras la demolición del entrañable Parque del Seguro Social, ni el incómodo y anticlimático Foro Sol ni el modestísimo Fray Nano eran inmuebles que cumplieran las demandas de una ciudad monstruo. Si bien es cierto que por momentos uno se siente inmerso en aquel experimento social propuesto por David Foster Wallace a bordo de un crucero de lujo por el Caribe, el estadio Alfredo Harp Helú ha reconciliado a la clase media con el juego. Una victoria incontestable. Hasta hace unos años era una utopía pensar que un jueves de beisbol pudiera rivalizar con los domingos de futbol y los viernes de lucha libre. Aunque no deja de ser curioso que ahora le llamen ampulosamente “experiencia” a lo que toda la vida ha sido un ritual: ir al parque de pelota.

Esta reflexión sólo busca poner en perspectiva el hecho de que había motivos para pensar en que la doble cita de finales de marzo pasará a la historia por distintos motivos: la vuelta de los Bombarderos del Bronx a México tras 56 años, el sentido homenaje a Robinson Canó, la posibilidad de ver a uno de los lanzadores más dominantes de la última década en el mejor beisbol del mundo, una insuperable atmósfera alimentada por la conexión que los Diablos están desarrollando con el núcleo duro de su fanaticada y los nuevos conversos y, especialmente, la anécdota de sobremesa que nos permitirá perpetuar la memoria sentimental que perpetuaron nuestros viejos el día que Mickey Mantle conectó de cuadrangular una bola ensalivada del Zurdo Ortiz en el Parque del Seguro Social.

Que nunca nos falten las historias… y el contexto.

 

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